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La funciones ejecutivas en el autismo: la planificación

Jul 31, 2023

Pensar que tienes tiempo suficiente para hacer una cosa y luego llegar el final del día y no haberla hecho. Aceptar un trabajo o decidir ayudar a un amigo y darte cuenta más tarde de que no tienes tiempo o energía para cumplir el compromiso. Empezar el día con ansiedad por todo lo que has que hacer. Llegar al final del día con un sentimiento de insatisfacción por no haber podido completar lo que te habías propuesto. Lanzarte de cabeza a un trabajo y, al cabo de un rato, estar agotado por haberse excedido. Que te digan que eres inflexible e incapaz de cambiar tus planes. Depender tanto de una planificación precisa de las actividades que el más mínimo imprevisto te pone en crisis.

 

La capacidad de planificar es una operación compleja que requiere la interacción de varias funciones cognitivas. Para poder planificar cualquier cosa, desde una simple acción hasta una compleja estrategia política o económica, primero debemos ser capaces de identificar una necesidad, como realizar las tareas asignadas en el trabajo para la semana siguiente.

 

Nos fijamos un objetivo que, trivialmente, es precisamente la necesidad a satisfacer. En este caso, nuestro objetivo será completar todo el trabajo asignado en el tiempo establecido.

 

Llegados a este punto, debemos formular una serie de opciones que podríamos seguir para alcanzar nuestro objetivo. Cualquier opción presupone un análisis de las tareas a realizar y de las posibilidades de que disponemos (tiempo, medios); en la práctica, hay que hacer simulaciones. Si, por ejemplo, decido responder a todos los correos electrónicos por la mañana y organizo el resto del día de forma extremadamente rígida, puedo tener problemas cuando reciba un correo urgente que requiera tener en cuenta el tiempo.

 

Una vez evaluadas todas las opciones posibles, hay que elegir la que aparentemente (de nuevo, en función de las capacidades de cada uno) parezca garantizarme que puedo alcanzar mi objetivo con una buena relación entre gasto de energía, medios disponibles y resultado. Y, llegados a este punto, hay que coordinar todas las acciones necesarias para poner en práctica la opción elegida, dar a estas acciones un calendario claro. Por tanto, estamos de acuerdo en que la planificación no es una función elemental.

 

La historia de las diferencias en las funciones ejecutivas es un poco el perro que se muerde la cola porque por un lado tener problemas con las funciones ejecutivas nos predispone a ser caóticos y desorganizados (a menudo preferimos dedicar el mayor tiempo posible a nuestros intereses personales y dejar todo lo demás fuera de nuestra atención) y, por otro lado, una vez que hemos desarrollado (por necesidad) estrategias de planificación, podemos llegar a ser muy eficientes y reducir esas mismas dificultades con las funciones ejecutivas.

 

Queda, sin embargo, el famoso problema de la falta de flexibilidad que caracteriza a muchos autistas (no a todos) y que no es en absoluto un capricho, sino una característica que podría ser, como en otras ocasiones, el resultado de la necesaria e inevitable interacción con la sociedad y sus reglas. Cuando de hecho por necesidad, es decir, para «funcionar» mejor en sociedad, aprendemos estrategias para planificar, pueden ocurrir dos cosas:

 

  • Como no es algo que hagamos de forma natural, tenemos que activar el “programa” de la función ejecutiva siempre que identifiquemos la necesidad de hacerlo. Y esto puede no ocurrir en momentos de sobrecarga sensorial, emocional o cognitiva, o cuando estamos extremadamente ocupados con nuestros intereses particulares.

El resultado de la falta de activación voluntaria de la función de planificación es una vuelta al modo autista de las funciones ejecutivas que, comparado con el de la mayoría de la sociedad, volvería a parecer deficiente, lo que causaría problemas en ámbitos como el trabajo, la escuela y las relaciones sociales.

 

  • Al tratarse de una función que aprendemos artificialmente (porque nos la explican o llegamos a ella nosotros mismos después de muchos intentos), sigue unas reglas bien definidas, aunque no seamos plenamente conscientes de ellas. Por eso, en cuanto llega lo inesperado, nos entra el pánico.

Un estudio[1] confirma esta hipótesis y nos dice que: «Planificar requiere fijar y mantener un objetivo. Dado que es imposible prever todos los acontecimientos que podrían dificultar la consecución de un objetivo, lo mejor es suponer que no hay obstáculos mientras no haya ninguno a la vista, es decir, aplicar la hipótesis del mundo cerrado[2] a las excepciones. Sin embargo, hay que mantener abierta la posibilidad de haber pasado por alto un posible obstáculo y entonces ajustar el plan en consecuencia. Por ejemplo, si planifico un viaje en tren, supondré que no hay huelgas, cortes de electricidad, accidentes, etc., siempre que no tenga información que indique lo contrario. Por lo tanto, sugerimos que puede ser precisamente la aplicación flexible del supuesto de «mundo cerrado» a las excepciones lo que resulte difícil para los autistas. Dado que en muchas situaciones se requiere un manejo flexible de las excepciones, no es de extrañar que las personas autistas tengan a menudo problemas para planificar y organizar su vida cotidiana y se aferren a rutinas fijas y horarios rígidos».

 

Una de las características que más se atribuyen al autismo es precisamente la necesidad de repetitividad y, sobre todo, la dificultad para enfrentarse a sorpresas e imprevistos, y esto parece tener su base neurológica[3].

 

Surge entonces un doble problema: por un lado, la necesidad de desarrollar estrategias de planificación eficaces para poder interactuar eficientemente con el mundo neurotípico y, por otro, hacer frente a las posibles contingencias que puedan socavar los planes realizados.

 

El primero de los problemas puede resolverse de varias maneras, principalmente dándonos cuenta de que, nos guste o no, a lo largo del día nos encontraremos con una serie de actividades (muchas exigidas por la sociedad y a veces para nosotros incomprensibles) que tendremos que realizar. Una vez que te das cuenta de que es más práctico afrontar la realidad y resolver ciertas situaciones llegado el momento, tienes que encontrar el modo de planificación que mejor se adapte a tu funcionamiento.

 

Como persona extremadamente visual, sé que necesito planificar utilizando al máximo imágenes y esquemas visuales en los que todo pueda descomponerse en elementos pequeños y volver a ensamblarse para que cada pieza se convierta en un mini-objetivo, un paso hacia la meta final.

 

Esta forma de planificar, al menos en mi caso, es muy útil para minimizar el impacto negativo de los imprevistos porque, independientemente del momento en que se produzca el imprevisto (que tiene la molesta tendencia a llegar, tarde o temprano), permite cambiar uno o varios mini-objetivos, salvando el diseño global y el objetivo final. Esto, por supuesto, siempre que el imprevisto no sea enorme y obligue a un cambio total del plan. Éstas siguen siendo estrategias racionales que tienen sus límites, son prótesis cognitivas que aún pueden permitirnos alcanzar un grado justo de funcionamiento social si realmente tenemos que compararnos con el funcionamiento neurotípico.

 

Volviendo a los artículos anteriores sobre las funciones ejecutivas (1, 2, 3, 4), en los que explicaba que la memoria de trabajo y la atención están muy condicionadas por el estrés (por tanto, también por las sobrecargas sensoriales y cognitivas) y por la «carga perceptiva«, es decir, el interés que ponemos en una tarea o tema, comprobé que al planificar mi día puede ser útil incluir un periodo de actividad relacionada con mis intereses especiales entre tarea y tarea.

 

No se trata tanto de darnos algún tipo de «refuerzo positivo» como de dar tiempo a nuestras funciones ejecutivas para que se recuperen tras un periodo de agotamiento dedicado a una tarea en la que tenemos poco interés. En mi caso, podría planificar 45 minutos contestando correos electrónicos del trabajo y 30 minutos al piano. Después, otros 30 minutos preparando el orden del día de una reunión y, como el tema es uno de mis intereses especiales, un par de horas preparando el PowerPoint para una conferencia sobre el espectro autista. En algunos casos, si el tema de trabajo o estudio se corresponde con un interés especial, he descubierto que es más útil no interrumpir con demasiada frecuencia, consiguiendo alcanzar un estado de hiperconcentración incluso prolongado.

 

Como en muchas otras situaciones, la solución no es tan sencilla y, sobre todo, depende en gran medida de las características, capacidades, necesidades y aspiraciones de cada persona. Como ocurre con tantos otros aspectos del funcionamiento autista (y no sólo autista, que quede claro), siempre hay que tener en cuenta que se trata de diferencias que, comparadas con el funcionamiento de la mayoría de la población, pueden aparecer como defectos si y sólo si se considera el funcionamiento «normal» como el único posible.

Escrito por Fabrizio Acanfora, para su blog.

NOTE:
[1]Pijnacker, J., Geurts, B., van Lambalgen, M., Kan, C. C., Buitelaar, J. K., & Hagoort, P. (2009). Defeasible reasoning in high-functioning adults with autism: Evidence for impaired exception-handling. Neuropsychologia, 47(3), 644–651. doi:10.1016/j.neuropsychologia.2008.11.011

[2] “L’ipotesi del mondo chiuso (CWA), in un sistema formale di logica usato per la rappresentazione della conoscenza, è la presunzione che un’affermazione vera sia anche riconosciuta come vera. Pertanto, al contrario, ciò che non è conosciuto come vero, è falso.” tradotto da Wikipedia

[3] Markram, K., & Markram, H. (2010). The Intense World Theory – A Unifying Theory of the Neurobiology of Autism. Front. Hum. Neurosci.