En un ensayo sobre la inclusión laboral de las personas neurodivergentes titulado La diversità è negli occhi di chi guarda[1], publicado gratuitamente en mi blog en septiembre de 2020, expresé algunas dudas sobre el concepto de inclusión lanzando la propuesta, que posteriormente amplié en el libro In altre parole, dizionario minimo di diversità[2], de empezar a considerar la inclusión no como un gesto unidireccional concedido por la mayoría – por la normalidad – a las minorías, sino como un proceso basado en la reciprocidad que puede expresarse más apropiadamente por la idea de convivencia de las diferencias.
A partir de mi experiencia como persona autista y homosexual, y de las dificultades que ciertas características relativas a mis identidades han puesto en mi trayectoria personal y profesional, he encontrado el proceso de inclusión bastante tendencioso y poco eficaz.
Primero, la definición misma de inclusión implica un desequilibrio entre las partes involucradas. Esto desequilibra la inclusión a favor de quienes tienen el poder de incluir, poniendo a la otra parte – la persona o minoría que se incluye – en una condición de pasividad. En varias ocasiones he planteado la cuestión lingüística como punto de partida. Incluir significa literalmente «cerrar», y el diccionario de la RAE define la inclusión como «acción y efecto de incluir” es decir, “poner algo o a alguien dentro de una cosa o de un conjunto, o dentro de sus límites».
Prácticamente la inclusión no se traduce en una igualdad real de las partes, sino que sigue el concepto matemático según el cual la relación de inclusión entre dos conjuntos es, […, la «relación a partir de la cual uno de los dos conjuntos contiene el otro como su propio subconjunto”[3].
Pasando del nivel puramente semántico a la práctica diaria en el lugar de trabajo, las cosas no cambian mucho. En la mayoría de los casos, la inclusión la llevan a cabo personas pertenecientes a la cultura que podríamos considerar dominante, que se relacionan con la diversidad a partir de una visión de ésta filtrada por la mirada de la normalidad. Una parte de la sociedad decide entonces cómo, bajo qué condiciones y según qué dinámicas las personas que no se ajustan a los parámetros de la normalidad pueden o no ser acogidas en el mundo del trabajo.
Cuando digo que la inclusión, tal como se lleva a cabo en la mayoría de los casos, es tendenciosa, me refiero a ese desequilibrio en definitiva natural que se origina en la mirada de quien se encuentra decidiendo por otra persona. El hecho de que sea un desequilibrio natural y comprensible no significa que debamos seguir perpetrándolo, al menos si queremos crear una sociedad capaz de generar convivencia entre personas que expresan características extremadamente diferentes.
La idea de reconsiderar la inclusión en términos de convivencia surge de la necesidad de eliminar este desequilibrio para redistribuir el exceso de poder, ahora concentrado en manos de la mayoría, entre todas las partes de una comunidad.
Cada persona ve el mundo a través de sus propios ojos, lo experimenta a través de una sensorialidad única y lo elabora de manera absolutamente subjetiva también en base a la experiencia personal, la educación, el estatus social, en base a cuanto sus características se encuadran o se apartan de unos cánones ideales de normalidad. En la idea de convivencia, el acto paternalista de incluir a quienes percibimos como diferentes al promedio (bajo cualquier aspecto), este movimiento vertical que desciende desde arriba en forma de concesión benévola a la participación social y laboral, se torna en cambio en un proceso recíproco que parte del respeto mutuo y se desarrolla a través de la comprensión de las características del otro. La convivencia es un proceso activo que requiere que cada persona dé un paso hacia la otra, lo que elimina la clásica oposición de nosotros hacia vosotros, y pone en el centro a la persona con sus peculiaridades, con las características únicas que la hacen diferente a cualquier otra.
Parece claro que una inclusión real que garantice la coexistencia de la infinita variedad de características humanas expresadas por el concepto de diversidad, requiere una cultura de cooperación en la que las personas estén dispuestas a ir de la mano y apoyarse mutuamente. Para lograr la convivencia de las diferencias se necesita una cultura empresarial cuyo valor principal sea el bienestar colectivo y personal, la satisfacción y el crecimiento de cada persona, pero siempre en relación con el tejido social al que pertenece.
(Fabrizio Acanfora, persona autista, responsable de la Comunicación y de las Relaciones Externas de Specialisterne Italia)
NOTAS
[1] F. Acanfora, La diversità è negli occhi di chi guarda: superare il concetto di inclusione della diversità sul lavoro (e-book), 2020, www.fabrizioacanfora.eu.
[2], [3] F. Acanfora, In altre parole. Dizionario minimo di diversità, Effequ, Firenze 2021.