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El síndrome del impostor en autismo (parte I)

Sep 8, 2023

¿Cómo voy a escribir una novela, si muchas veces no puedo ni llamar a la peluquería para pedir cita? ¿Cómo voy a trabajar en un puesto de responsabilidad, si no puedo ir sola al médico? Estas preguntas y similares son frecuentes en personas autistas. Tenemos interiorizado que, cuando somos pequeños, aprendemos a realizar tareas “básicas” -según un estándar neurotípico, bastante generalizado-, y, progresivamente, vamos asumiendo tareas más “complejas”, tal y como dicta la sociedad.

 

Pero esto no siempre es así en personas neurodivergentes; la energía social fluctúa de un día a otro, incluso de un momento a otro, y lo que para nosotros puede significar un esfuerzo enorme, para otra persona es una tarea extremadamente fácil, automatizada -y esto también ocurre a la inversa, por supuesto-. Muchas personas autistas tienen un desempeño normal o superior en ciertos ámbitos, pero no consiguen realizar tareas más “sencillas” -y lo pongo siempre entre comillas porque estos criterios de funcionalidad están pensados por y para la mayoría social, sin tener en cuenta otras formas de procesamiento-.

 

Al darnos cuenta de que nuestra forma de funcionar es diferente, es posible que experimentemos sentimientos de inutilidad, de fracaso; empezaremos entonces a enmascarar nuestras dificultades, a copiar actitudes que vemos premiadas en los demás, a olvidarnos incluso de quiénes somos para sentirnos queridos, valorados, apreciados. Y es posible que también aparezca el síndrome del impostor, especialmente en mujeres autistas diagnosticadas de adultas. Pero, ¿qué es exactamente el síndrome del impostor?

 

Introducción al síndrome del impostor

 

El síndrome del impostor es una sensación de inseguridad relacionada con los logros laborales; la persona que lo experimenta siente que no es inteligente, capaz o creativa, a pesar de las evidencias objetivas, que suelen indicar un alto rendimiento en diferentes parcelas de su vida. No está tipificado como un trastorno psicológico clínico, pero se cree que podría afectar hasta al 70% de la población. La expresión fue utilizada por primera vez por Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, y estas autoras también explicaron que las mujeres son más susceptibles de padecerlo.

A grandes rasgos, los individuos con este síndrome creen que todos sus logros se deben al azar o a la casualidad, y no a su propio esfuerzo o habilidades; dudan constantemente de sus capacidades y de sus conocimientos; se sienten incómodos cuando los demás valoran su trabajo porque sienten que no merecen los elogios recibidos, y tienen un miedo intenso al fracaso, a no ser lo suficientemente buenos, a decepcionar a los demás. Estas características, entre otras, pueden llevar a dos caminos: a trabajar en exceso para que los demás no descubran que son unos farsantes -con el desgaste mental que esto implica- o a procastinar muchas de sus tareas por miedo a no hacerlas perfectas, a constatar que, en efecto, son peores que los demás.

 

El síndrome del impostor suele afectar más a las mujeres por la presión que aún se ejerce sobre ellas en muchos trabajos -deben sobresalir para ser tenidas en cuenta, sobre todo en carreras STEM-, por la falta de referentes femeninos en puestos directivos y por los roles de género impuestos por la sociedad. Pero, además, el síndrome también es más frecuente en personas neurodivergentes, en jóvenes sin demasiada experiencia laboral, en trabajadores con cargos de responsabilidad, en personas perfeccionistas y con baja autoestima, y, por supuesto, en personas con historias de vida complicadas: unos padres demasiado exigentes, un despido o bullying o mobbing laboral pueden hacer surgir fácilmente estos sentimientos de inferioridad.

 

En este punto, me gustaría hacer una pequeña aclaración: si diagnosticamos a las personas con síndrome del impostor, es posible que caigamos en el error de responsabilizarlas de su falta de confianza en ellos mismos, de su incapacidad para afrontar las demandas del entorno laboral. Por el contrario, muchas veces esas dificultades han sido originadas -y mantenidas- por compañeros poco empáticos, por entornos laborales competitivos y poco accesibles para ciertos perfiles. Por lo tanto, habría que estudiar a fondo el contexto de la persona antes de sacar conclusiones.

 

¿Por qué podría ser más frecuente el síndrome del impostor en personas autistas que en neurotípicas? En el próximo artículo, analizaremos algunas posibles explicaciones y expondremos algunos casos y ejemplos de situaciones que suelen ocurrir a las personas autistas en diferentes ámbitos de la vida.

 

Notas:

 

Artiz, Leyre. (4 de julio de 2019). El síndrome del impostor: el 70% de los trabajadores cree no merecer su éxito profesional. Universitat Oberta de Catalunya: https://www.uoc.edu/portal/es/news/actualitat/2019/172-sindrome-impostor.html?utm_medium=cpc&utm_source=googlemax&utm_campaign=cap_cf_es&utm_term=&esl-k=google-ads|nx|c123456|m|k|p|t|dc|a14921518697|g14921518697&gad=1&gclid=Cj0KCQjwxuCnBhDLARIsAB-cq1pwdN6mLqB_aV8_xDu53rqNeJtPxOaiRk3m8OLfP1UD_KuuaMdO7voaAtnJEALw_wcB

 

Martins, Julia. (20 de septiembre de 2022). ¿Qué es el síndrome del impostor y cómo combatirlo?. Asana: https://asana.com/es/resources/impostor-syndrome